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Racismo, machismo, LGBTIfobia y coronavirus: ¿Qué va a matarme primero?

Racismo, machismo, LGBTIfobia y coronavirus: ¿Qué va a matarme primero?

Por Robeyoncé Lima

La narrativa de una pandemia exige una respuesta rápida y mecánicas de emergencia y urgencia que terminan por molestar la dignidad humana. Es decir, fallos sistémicos se manifiestan de manera explícita en este momento de pandemia, con situaciones que afectan a las personas y que exponen graves problemáticas sociales antiguas.

La crisis no afecta a todas las personas de igual manera. En muchos casos, la manifestación de la pandemia tiene una exposición exacerbada en personas vulnerables que ya estaban en gran dificultad sistémica, sufriendo con el contexto de crisis antes de que se iniciara la pandemia.

Lo que ocurrió con George Floyd y todas las protestas en Estados Unidos expone una mala experiencia social de modelo capitalista racista. La historia de muchos siglos de esclavitud en las Américas expone todos estos errores sociales múltiples en muchos niveles.

Con la crisis, se radicaliza una política de muerte que ya existía antes: ¿Quién debe morir? ¿Quién sirve al capitalismo y quién no? La vida y la muerte ahora se convierten en simples números y ya no se les da tanta importancia. Cuando se muere, tan pronto y con la prisa máxima, ya se está cubierto de tierra. No hay llanto ni despedidas.

El VIH ha afectado a la humanidad durante 40 años, pero hasta hoy, el VIH no se ha considerado como una crisis global, porque no se considera como humanos los cuerpos que toca el VIH. Lo que pasa es que se mata a las mismas personas que ya se mataban antes, pero de otras maneras. O sea, no importa si es coronavirus o si es una rodilla que aprieta tu cuello, el aire te va a faltar, hasta que te mueras, porque no consigues respirar.

Darnella Frazier, joven negra que grabó el vídeo de la trágica escena con George Floyd, hoy tiene que lidiar con algunas personas que la señalan en las redes sociales como culpable por no haber hecho nada. Se culpó del VIH a las personas LGBTI, mientras se culpa de la Covid-19 a la China comunista. Lo mismo que ocurrió con Darnella.

Aparte de las protestas, el confinamiento se ha convertido en una regla global. Se ha exacerbado la violencia a las mujeres y más de 70 países criminalizan la diversidad LGBTI de alguna manera. El aislamiento ha incrementado los problemas familiares y evidencia todas las cuestiones emocionales que ya estaban ahí. Es decir, gran parte de esta población sufre de violencia intrafamiliar y lo básico no está limitado a esta orden de “quédate en casa”.

Con esto, la pandemia expone lo malo que es este tipo de familia nuclear del siglo XIX, que se puso como referencia por una regla cis hetero machista agregada a un régimen de distanciamiento (mientras los esposos trabajan, las mujeres cocinan, y jóvenes LGBTI prefieren quedarse en casas de colegas, ya que en la suyas sufren discriminación). Esto contribuye a la creación de otras opciones de experiencia en términos de seguridad para personas LGBTI y mujeres y a la creación de otros tipos de organizaciones familiares.

Sin embargo, estos planes de cambio familiar necesitan una previa autonomía financiera. En general, las personas vulnerables se sostienen por trabajos informales: personas LGBTI, afros, indígenas, migrantes, jóvenes, mujeres, trabajadoras sexuales cis y trans. Con esta pandemia, el hambre está arropando a toda esta gente. Por esto, la regla de confinamiento es desigual: si se quedan en casa, sufren la violencia intrafamiliar, pero si no salen a la calle para vender algo (incluso servicios sexuales), saben que van a morir de hambre.

En la pandemia, también hemos visto la política de “pico y género” que, aunque se presentó como una medida “neutra”, no tuvo respeto con las personas LGBTI. La política de “pico y género” que se puso en algunos países de Latinoamérica se convirtió en una reproducción de la lógica transfóbica que molesta a las personas que no se encasillan como mujer u hombre y se quedaban sin saber si podrían transitar o no. 

La política de aislamiento produjo una gran preocupación con las cuestiones de género y con el abuso de la fuerza de la policía en el toque de queda. En muchos lugares hay una tendencia de aprovechar el poder del Estado y la situación de emergencia para obtener toda la vigilancia y el control sobre la población.

El coronavirus ha afectado también la manera como nos relacionamos con las personas próximas y lejanas. La compañía de activistas se convirtió en una amenaza para la vida, pues el virus puede matar.

En 2019, antes de la pandemia, tuvimos muchas protestas en Latinoamérica, y, en este momento, se necesita pensar cómo la política activista y los movimientos se van a recomponer en el contexto de distancia segura.

Es posible comenzar a pensar que la pandemia estará con nosotras por largo tiempo, y que esto se va a convertir en cotidianidad. Pero tampoco queremos volver a aquella situación de antes de la crisis, que se puso como “normalidad”. Son más necesarias que nunca acciones sostenibles para fortalecer la red interpersonal de personas LGBTI, negras y otras personas vulnerables.

Todavía el acceso a Internet no es posible en algunos lugares. Es necesaria la búsqueda de una nueva manera de organizarse y de otros medios de compartir conocimientos para que las personas sepan cómo defender sus derechos en esta pandemia, desde el acceso al agua para lavarse las manos hasta el derecho a no morir.

Es necesario que se encuentren maneras de activismo seguro en esta pandemia, para mantener la visibilización de las situaciones de discriminación, incluso en las periferias y las ciudades lejanas, porque la cuarentena no quiere decir silenciamiento, y quedarse en casa no quiere decir quedarse callada.

Las personas que hoy hacen protestas en Estados Unidos han encontrado una manera de romper el silencio y luchar, porque saben que este sistema capitalista, aunque en crisis, no consigue (ni quiere) cambiarse a sí mismo.

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